Tierra y refugio
Tierra y refugio
Desde tiempos inmemorables, el paisaje ha sido motivo de mayor creatividad artística. De hecho, de él decimos que cuenta con la pureza necesaria de elementos naturales que inspira y mejor reta al pintor. Que produce precisamente el argumento que pudiera definir un estilo, un nombre y distinguir incluso una escuela o movimiento pictórico. Una aseveración que reafirmamos cada vez que encontramos una nueva interpretación del entorno natural.
En el caso del pintor cubano Ramón Vázquez León, que expone este mes en la Galería Cernuda Art, su definición del paisaje guarda más de una significación. La primera, la que fácilmente brota de cualquiera de los veintiocho cuadros que ahí expone, es la de un extraño lugar, precisamente paradisiaco, que parece increíble, pero es posible. De ahí el título de la exhibición, “Existe el Edén”.
El segundo significado porta un carácter esencial, repetitivo e imprescindible, por ser precisamente tierra y refugio: dos particularidades que parecen definir el contenido de su obra y provocan la inquietud de la interpretación en el espectador.
Sobre lo primero, la caracterización de un paisaje, me inclino a pensar que se trata de una apreciación y no de una simple idealización. Ramón emplea el trozo de tierra que mejor conoce, el Valle de Viñales, donde aún vive. Un casi fantástico escenario natural situado en el occidente de la isla de Cuba, caracterizado por sus peculiares montículos de despuntada forma cónica y elevada llamados mogotes. De ellos obtiene la inspiración y recrea lo que allí ya existe, pero que solo el pintor puede percibir. Un entorno acentuado por el uso de colores fuertes, incluso brillantes que personifica con elementos naturales, abundante flora, humanos y animales que portan formas muy específicas, ligeramente alargadas o abultadas, que hacen referencia a lo cánones de un surrealismo sutil. Un conjunto de inquietudes que converge en un carácter festivo y un agradable efecto visual.
Es allí, en Viñales, donde el artista parece parapetarse como ser humano o guardián. Una interpretación paralela a la que concluimos luego de leer los códigos pictóricos implícitos en cada obra: de predilección por el entorno natural y desconfianza por su permanencia ante el aparente avance humano. Un sentimiento de preocupación, que sin ser una pesadumbre convierte la belleza del entorno en una celebración.
Partiendo de cualquiera de las dos apreciaciones anteriores, entendemos porqué ciertas líneas del pintor trascienden la realidad absoluta de la Naturaleza, parecen ser fantasiosas, e incluso portadoras de rasgos que vislumbran una determinada apreciación erótica, que dentro de este compendio temático parecen proyectar una sana fecundidad de entendimiento social y ecológico.
Pero además de las interpretaciones, está la línea técnica del pintor. Una de franca armonía que limo con sus estudios académicos y que ha llevado incluso a exposiciones significativas en el Viejo Continente. Una de apreciaciones nocturnas, perspectivas espléndidas, luminosidad y un rico manejo del detalle que hace cualquiera de sus piezas admirable.
Dentro de este apartado, habría que destacar la destreza de Ramón al proyectar todo ese entorno pensando en uno creído. De personajes verídicos caracterizados por habitantes de la región. Gente de sudor y dolor, que encuentran la razón de su existencia y felicidad increíble en el contacto único con la fuerza natural que produce el entorno. Eso que todos admiramos.
La Revista del Diario | 2005